Admitámoslo, a todos nos gustaría saber cuándo moriremos, no para vivir estresados buscando la forma de seguir viviendo, sino para que la muerte no nos agarre desprevenidos con una lista llena de cosas por hacer.
Si la muerte hoy me dijera que mañana moriré irremediablemente… le diría que está bien, que regrese a buscarme cuando sea el momento, pero que, mientras tanto, me deje solo para terminar algunas cosas pendientes.
Llamaría a mi papá para decirle que voy a verlo, que voy también para ver a mis abuelos. Antes de salir de casa, cogería de mi librero el Gokú SSJ4 que tanto quiere mi sobrino y se lo regalaría… “Ya regreso, cuídense”.
Ya con mi viejo, por última, y de hecho, por primera vez, me gustaría sentarme con él a tomar un par de cervezas y agradecerle por todo lo que pude haber sido, porque de haber tenido el tiempo para lograrlo, se lo hubiese debido a él. Me gustaría decirle lo mucho que lo extrañaría y lo mucho que lo quiero, contarle mis cosas, que me cuente las suyas, y así hacer honor a la promesa que alguna vez hicimos de ser buenos amigos.
Aceptaría la invitación a almorzar de mis abuelos y me sentaría a comer los tallarines rojos que mi abuela me promete cocinar cada vez que hablamos con tal de convencerme de pasar un rato con ellos. Lo que ella nunca sabría es que no aceptaría los tallarines por eso, sino por escuchar a mi abuelo decirle lo que alguna vez le dijo mientras almorzábamos los tres: “Gorda, qué bonita eres, carajo”.
Antes de irme de la casa de mi viejo mandaría un mail citando en cualquier lugar a todos mis amigos: colegio, barrio, T, Letras, facultad, universidad y también a los que conocí fuera de estos lugares: me gustaría verlos, hablar con ustedes un rato mientras nos tomamos unas chelas.
Después de enviar el mail, y por última vez, organizaría un ensayo/tocada con todos los amigos que pueda y nos encerraríamos en la sala a tocar acompañados de todo el trago posible. Por última vez, para verlos ebrios.
Es tiempo de ver las caras que tengo que ver para poder estar tranquilo. Es tiempo de reivindicarme con todos ellos por todas las veces que les fallé, por todas las veces que no pude estar ahí, y que hoy, conchudamente, me atrevo a pedirles que estén ahí para mi.
Por último, y por última vez, me sentaría con mi enamorada a ver tv mientras comemos algo y tomo una Inca Kola helada. Después de comer, cogería mi guitarra, tocaría cualquier canción y luego la abrazaría, le diría un beso y me echaría a dormir a su lado esperando despertar y darme cuenta de que todo fue un sueño.