jueves, 2 de diciembre de 2010

El Faro

18/12/08

- Manu, ya pues, ¿qué haremos con los chicos antes que te vayas?
- No sé, ya vemos después, igual ni que me fuese toda la vida. Solo voy a pasar Navidad con mi viejo y vuelvo.
-Así te vayas un día, igual queremos despedirte. No vaya a ser que te enamores de alguna cruda y te quedes. Además, ni siquiera quieres decirnos cuándo te vas, así que tenemos que aprovechar todo lo que se pueda.
- (Risas) Ay, monga, más dramática. Por eso tu fan te para escribiendo fresadas, porque sabe que te gusta hacer novela de todo.
-Ay, qué pesado eres. Ya vas a comenzar. Por las puras les cuento.
- (Risas) Pero por lo que nos dices, te tiene bien en alto ¿no? De hecho que no te conoce, sino... O facil a la hora de escribir el mail se equivoca de contacto y te lo manda a ti.
- Manu, no jodas. Voy a almorzar, cualquier cosa me avisas. Chau.
- Yap, nos vemos.

Me llamo Alejandra, tengo 17 años, y él es Manuel, mi mejor amigo y también tiene 17 años. Vivimos muy cerca el uno del otro, nos conocemos desde la secundaria, acabamos de terminar el colegio y lo único que queremos por ahora, como cualquier adolescente que termina el colegio, disfrutar nuestras vacaciones, salir con nuestros amigos y pensar qué queremos hacer con nuestras vidas.

Esa misma tarde Manu me texteo para ir a caminar al parque Raimondi con los chicos, específicamente al lugar que fue nuestro "point" desde nuestros primeros años en la secundaria: El Faro. Fuimos Daniel, Gerardo, Aracely, Manuel y yo, o, como les decimos de ¿cariño?: Cabeza, Pezuña y Lobacely, respectivamente. ¿Que si somos buenos amigos? Sí, lo somos. De hecho nunca conocí personas tan buenas y tan nobles como ellos. ¿Que qué hacemos ahí? Pues caminar, sentir la brisa del mar penetrando nuestros sentidos y sobre todo, sonreír. Sin embardo, esta salida no fue como otras. Por más que queramos negarlo, lo extrañaremos, y por más que nos contemos lo bien que la queremos pasar este año nuevo, todos sabemos que sería mejor si él la pasara con nosotros.

- Ya no se sean tan nenas, que así me vaya una día o 3 años, los voy a extrañar.
A ti, Cabeza, porque ya no voy a tener a quién ayudar a vomitar en las reus. A ti Pezuña, porque, puta madre, a ti no creo que te extrañe mucho porque lo mejor de no verte es no tener que oler tus patas. Tú, Lobacely, cuidado el 31 que fácil cuando vuelva ya estás con paquete. Y a ti, monga, sí, fácil sí te extraño un toque. De hecho, lo mejor de ya no verte tooodos los días es que voy a poder extrañarte, y, con fe, tú también a mí.

Acabo de llegar a mi casa, estoy muerta, no se cuánto tiempo estuvimos caminando, probablemente el mismo tiempo que estuvimos diciéndonos lo mucho que extrañamos el colegio, -a pesar de haberlo terminado hace unos cuantos días- lo mucho que extrañaremos poder vernos a diario, poder mandarnos mensajes de texto estando a dos metros de distancia, de hecho, cuánto extrañaremos saber que ya no podremos regresar a casa juntos saliendo de clases, bromeando, repartiéndonos las tareas para poder salir por la noche a caminar, como ha sido nuestra tradición desde que nos conocimos hace 5 años, al Faro.

De vuelta en casa, muero de sueño pero primero quiero twittear que extrañaré el cole. Al revisar mi correo veo que hay un nuevo mensaje del payaso ese que me escribe para molestar.

"Alejandra, espero que pases una feliz Navidad, y que el próximo año todo sea mejor para ti. Sé que te molesta que te escriba, y no te preocupes, esta será la última vez que lo haga, porque duele saber que me lees, pero que no quieres responderme. ¿Pero, sabes? No todo será malo. Lo mejor de ya no escribirte será que podré extrañarte, y que, con un poco de suerte, tú también podrás extrañarme".

- ¿Qué? ¡Carajo! - pensé- ¡No me jodas!. Nada tenía sentido. No podía ser. Intenté llamarlo a su celular y no contestaba y era muy tarde para ir a buscarlo. Mañana por la mañana iré a verlo y tendrá que explicarme por qué.

19/12/08

- Señora, ¿qué tal? ¿Estará Manu?
- Ya se fue -
me respondía con una voz resignada y quebrada , fatídicamente complementada por una media sonrisa.
-¿Qué? ¿A qué hora?
- En la madrugada. Fuimos al aeropuerto a despedirlo.
- Nunca nos avisó - le respondía sorprendida, sin saber qué pensar, sin saber qué hacer, sin siquiera terminar de procesar toda la información recibida en las últimas horas.
- Sí, ya sabes cómo es, no le gustan las despedidas y eso. Tampoco quería que lo acompañaramos.
- Y, ¿sabe cuándo vuelve? -
interrumpí ansiosa.
- Cuando termine sus estudios, se supone - me decía casi balbuceando.
- ¿Cómo? ¿No se fue a pasar solo las fiestas con su papá?
- No, sí se fue con su papá, pero a vivir con él mientras estudia en la universidad.
- Gracias, señora. Hasta luego -
atiné a decirle presurorsa, yéndome sin siquiera saber a dónde.
- Cuando llame, le diré que viniste a buscarlo - me decía a lo lejos mientras yo buscaba un rumbo, un norte, mientras me buscaba a mi dentro de un recuerdo aún vigente.

Una vez procesada toda la informacion, lo primero que hice fue ir a buscar a los chicos y contarles que Manuel se había ido, antes de tiempo, y sin fecha de regreso. Esa misma tarde fuimos de nuevo al Faro, a caminar, a pensar, cruzando algunas pocas palabras. "¿Cómo pudo ser tan imbécil de escribirme tanto tiempo y de no decirme nada teniendome todos los días al frente? - pensaba odiándolo y extrañándolo a la vez.

Desde ese día no supimos más de él, aprendimos a extrañarlo, aprendimos a escribirle mails y a no obtener respuesta. Sin embargo, con el tiempo, también aprendimos a aceptar que aquellas tardes frente al mar parecían un viejo sueño que había que olvidar si lo que queríamos era afrontar el futuro: La universidad, la inminente separación del grupo pues cada uno estudiaría carreras diferentes, en universidades diferentes, por lo que, nuestras ahora esporádicas visitas al malecón se convirtirían - y de hecho se convirtieron- en un lejano recuerdo y en nostalgia al sentir la brisa del mar.

Sin embargo, y a pesar de los años, procuramos no perder contacto. Daniel, Gerado, Aracely y yo nos escribimos por Facebook - Manuel nunca quiso crearse uno. Por un tiempo, nos llamamos para acordar una que otra salida cada dos o tres meses, y sobre todo, los cumpleaños, que al menos para nosotros, eran, son y seguirán siendo sagrados. Si había algún día seguro en el que recibiríamos la llamada de los otros tres, era en nuestro cumpleaños.

Hoy cumplo 22 años, estoy tarde para ir a la universidad. Los saludos de mi familia me han retrasado 30 minutos y me he retrasado otros 20, hablando por teléfono con Cabeza, Pezuña y Lobacely, quienes me prometen ir a visitarme hoy por la noche. Me baño y me cambio en exactamente 18 minutos, tomo un jugo de papaya en dos o tres sorbos y salgo apuradísima. Abro la puerta y:

-Monga, feliz cumple - me decía Manuel, súmamente cambiado, pero con esa misma naturalidad de siempre. ¿Me dijo mi mamá que me buscabas?