martes, 31 de agosto de 2010

Escape

No todos los finales son felices, no tienen por qué serlo.

Sandra tiene 19 años, es una rulosa muy guapa de ojos marrones que vive con sus padres en un barrio de Lima y que lleva 2 años de enamorada con Javier. Su casa está ubicada muy cerca a un parque, al que todos los días van a jugar un grupo de mocosos. Joaquín es la cabeza de grupo de todos esos mocosos que no pasan los 15 años y que viven enamorados de Sandra y sus amigas.

Ella ya no era de salir a jugar voley pues esas épocas habían quedado atrás, con el término de la secundaria. Sin embargo, desde el momento en el que vio Joaquín, no dejó de asomarse por la ventana para ver a ese "chiquillo tan lindo". Por otro lado, él pasaba horas y horas en el parque con sus amigos, mirando de reojo, cada cierto tiempo, la ventana de Sandra.

El vivir en el mismo barrio y conocer a las mismas personas hizo casi inevitable el hecho de que una tarde se conocieran y no dejaran de hablar hasta muy entrada la noche. A esa edad es imposible no ser enamoradizo y tener problemas para elaborar frases sin bloquearse cuando esa persona te mira. Una sola frase, qué chucha, pero no te paltees ni te quedes callado porque se va a dar cuenta que te gusta , le decía uno de sus amigos.

Una noche de verano, Sandra hizo una pijamada en su casa con sus mejores amigas. Compraron algunas cervezas, se sentaron en el suelo formando un pequeño círculo e hicieron lo que todo grupo de mujeres hace en un pijamada: hablar de los chicos que les gustan. Sandra aceptó que estaba enamorada de Joaquín, y que si no fuese un "chiquillo de 14 años", probablemente estaría con él. Pero la historia era otra, ella es 5 años mayor y, más importante aún, está Javier, el clásico idiota que hace a todos preguntarse qué diablos hizo para estar con una chica como ella.

Al día siguiente, una de las amigas de Sandra no pudo más y le contó a Joaquín lo que Sandra había dicho en la pijamada. Él, con el corazón a mil por hora al enterarse de eso, no dejaba de sonreír ni de pensar en qué decirle a Sandra para demostrarle que no era un chiquillo, aunque, en su interior, sabía que lo era, pero qué importaba, no tenía que convecerse a sí mismo, sino a ella.

...Ese mismo día, por la tarde, mientras él perdía el tiempo con sus amigos, la vió hablando con Javier en la puerta de su casa, esperando paciente el momento para decirle que, si se decidía a tomar el riesgo, él podía ser lo que ella necesitaba. No podía dejar de mirarla mientras seguía hablando con sus amigos. De pronto ella empezó a llorar descontrolada y Javier, notablemente fuera de sí, se fue sin saber que no solo la dejaba, sino que la perdía para siempre. Ella se sentó sobre la vereda sin saber qué hacer. Joaquín sí sabía qué hacer, era el momento que había esperado desde el día en que la conoció.

Ella le contó que Javier se enteró lo que ella dijo del "chiquillo de mierda" la noche anterior y que, sin rodeos, le preguntó si sentía algo por él y que ella, al no poder negarlo, se quedó en silencio. Para variar, Joaquín no supo qué decir, sólo se limitó a escucharla llorar y a tratar de convencerla que todo estaría bien.

Javier nunca más volvió a buscarla, ni a aparecerse por el barrio. Se fue, tal vez fue lo mejor, de hecho, lo fue para Joaquín pues su relación con Sandra se hizo cada vez más y más unida, hasta llegar al punto de volverse enamorados un año más tarde. Él, con 15, apunto de terminar la secundaria, y ella, con 20, a punto de acabar su carrera, hicieron todo lo posible para mantener su relación. Y como en todas, hubieron altas y bajas, sobre todo si mientras tú piensas a qué universidad ir, tu enamorada ya está por graduarse. O si, mientras tú buscas un trabajo, tu enamorado aún pide permiso para llegar a casa a las 10 de la noche.

Hoy, 6 años más tarde, siguen juntos, más enamorados que nunca. Él está por terminar su carrera en Administración y ella acaba de entrar a trabajar a un reconocido estudio de abogados.

HEY, DESPIERTA!!

...Ese mismo día, por la tarde, mientras él perdía el tiempo con sus amigos, la vió hablando con Javier en la puerta de su casa, esperando paciente el momento (...) .De pronto ella empezó a llorar descontrolada y Javier, notablemente fuera de sí, se fue (...). Ella se sentó sobre la vereda sin saber qué hacer. Joaquín sí sabía qué hacer, era el momento que había esperado desde el día en que la conoció. -¿Qué pasó? Ella, entre lágrimas y frustración, le contó que estaba embarazada de Javier. Él no había tomado bien la noticia, de hecho, había terminado la relación pues no quería hacerse cargo de algo así.

Sandra ahora tenía otras cosas de qué preocuparse, y Joaquín, no podía hacerse cargo de algo así cuando apenas podía cuidarse a sí mismo. Tal vez ese fue el momento en el que lo que pudo ser, dejó de serlo.

¿No es sorpredente cómo tu destino puede cambiar de un momento a otro sin que siquiera lo esperes? o, peor aún, que esperes algo y que recibas algo completamente diferente? Sería perfecto poder escribir el final que queremos a cada una de nuestras historias, pero, así no funcionan las cosas.

Hoy, 6 años después, Joaquín aún sueña con ella de vez en cuando, sueña un final alternativo a su historia para pretender olvidar que desde ese día no volvió a saber más de ella pues sus padres la mandaron al extranjero.

Como dije, no todos los finales son felices, no tienen por qué serlo.

viernes, 27 de agosto de 2010

Soledad

Como todos, tiene muchas ideas en la cabeza, y como muchos, algunas son buenas, y la otra gran mayoría, son malas. Es consciente de que es dificil luchar contra sus demonios, y sabe también que, muchas veces, ellos ganarán la pelea. Es más dificil aceptar que la felicidad son sólo momentos efímeros que buscamos prolongar día a día, pero, ¿y qué si las cosas andan mal?

"¿Para qué luchar contra algo que no podemos manejar? ¿Para qué pelear por algo que posiblemente nunca podamos ganar? Ya todos sabemos el final de la historia. Todo héroe morirá en el intento, o sufrirá en carne viva lo suficiente como para rendirse a medio camino. El destino se caga en ellos, los deja solos. Pero qué importa, felicidad y soledad son sólo dos palabras que no son tan diferentes".

Sí pues, es jodido saber que las cosas buenas no están hechas para todos.

"Pero está bien, tus días transcurrirán entre una jodida tranquilidad, mezclada por momentos con una incompatible ansiedad, logrando así, ocupar tu tiempo intentando describir tan extraña sensación, dejando de lado la nostalgia, que en estos días está sobrevalorada, porque total, de peores cosas has salido".

¿Qué hacer con la soledad? Pues, lo mejor que podemos hacer con todas las cosas que nos acompañan a diario, aprender a convivir con ella. La noche está por caer, y gracias a ella entiende que no hay nada más liberador que estar frente a la puesta del sol y gritar lo que se le venga en gana. Adiós atardecer, adiós problemas, adiós soledad. Nos vemos mañana, como siempre, a la misma hora.

miércoles, 18 de agosto de 2010

La cena

Ambos tienen 27 años, se conocen desde hace 9 y llevan de enamorados casi 7. Ambos concuerdan en que han sido casi 7 años de buenos y malos momentos que los han ayudado a crecer y que, sobretodo, han fortalecido la relación pues todos aquellos momentos, los vivieron juntos.

Sin embargo, no todo es felicidad constante. Pocos días antes de llegar a la tan esperada fecha de los 7 años, él empezó a mostrarse diferente, por algún motivo pasaba menos tiempo con ella y algunas veces hasta dejaba de contestarle el celular. Como es costumbre, en esto tipo de situaciones, y por un sentimiento de culpa autoinflingida, ella pensó que el alejamiento de su novio se debía a algún acto suyo que pudiera molestarle, por lo que decidió compensarlo y solucionar todo posible problema llevándolo a una cena romántica como conmemoración de su séptimo aniversario.

Llegó la noche y quería que todo saliera perfecto. En una cita previa con el gerente del restaurant, ella separó una mesa en una determinado ambiente del lugar, para que sólo fueran él y ella. De hecho, hasta se acordó con el mozo los momentos y el orden adecuado de hacer su aparición para atenderlos.

Ella esperaba con ansias la cena. Veía la ocasión como un nuevo comienzo, y posiblemente se sentía como en su primera cita, la cual, de hecho, fue con él. Él llegó al lugar despreocupado, incluso un poco acelerado, actitudes que no despertaron la menor molestia en ella. Como se había planeado, el mozo, después de calcular unos 15 minutos desde que ambos se sentaron en la mesa, se acercó con la carta. Ambos hicieron sus pedidos, el mozo los tomó y se retiró del ambiente.

Avanzada la conversación que ambos iniciaron, ella comprendió que su novio, el chico atento, cariñoso, y en muchos aspectos perfecto, había olvidado por completo su aniversario. Su corazón se hizo trizas aún más rápido de lo que una bala pudiera haberlo atravesado.

El mozo regresó con los pedidos, y en lugar de servir el vino semiseco que ella había ordenado, llevó dos copas de champagne, cortesía de la casa, decía. Dadas las circunstancias, ella no dio la menor importancia a eso, pues en su cabeza, habían cosas más importantes por las cuales preocuparse.

Ella, con un semblante triste, trataba de fingir su estado e inició una conversación trivial para mantener el ritmo de la cita. Él se mostraba ansioso, sus respuestas eran cortas y en ocasiones cortantes.

De pronto, se escuchaba en el local música de fondo, baladas. Esto, particularme la molestó, pues ella había pedido estricto silencio para la cena, sumado al hecho de que la cena no marchaba de la mejor manera. Para colmo, las canciones que sonaban eran sus preferidas, pero hubiese preferido escucharlas en otras circunstancias.

Posando su mano sobre la suya, él la miró a los ojos y sin el menor titubeo le dijo: -¿Te has dado cuenta que parecemos dos chiquillos de colegio? Cuando no estamos trabajando, estamos todo el tiempo juntos. Si nos nos vemos, nos llamamos todo el día, nos mensajeamos todo el día, chateamos todo el día y después de tanto tiempo parece que no te cansas, y a este ritmo, parece que nunca te vas a cansar.

-Pero...
- ...Déjame terminar.

Ella, invadida por los nervios, no supo qué responder, mientras sus ojos dejaban caer unas cuantas lágrimas.

De pronto, una a una, empezaron a pasar personas al ambiente que supuestamente estaba separado para la pareja. Ella, al notar la presencia de extraños, sólo atinó a secarse las lágrimas y a no tener contacto visual directo con éstas personas. Sin embargo, reconoció a todas y cada una de ellas, eran sus familiares y amigos más cercanos. En medio del intespestivo momento, ella no sabía qué ocurría. Él se ácercó a ella, la abrazó y le dijo al oído: "Felices 7 años, amor".

Entre sonrisas, su corazón volvía a latir en una sola pieza y a un sólo ritmo. Sus lágrimas de tristeza y decepción se convertían en lágrimas de alegría y felicidad.

- ¿Los trajiste para celebrar nuestros 7 años?
- No, los traje para celebrar nuestro matrimonio.

Ella, atónita y sin saber qué decir, lo miraba directamente a los ojos con una sonrisa indescriptible. Él, mientras sacaba del bolsillo de su saco un pequeño objeto que cabía en su mano, la miraba también a los ojos mostrándole lo que acababa de sacar y le preguntaba:
-¿Quieres casarte conmigo?

domingo, 15 de agosto de 2010

Res

Matías es un joven de 17 años que cursa su primer ciclo en la universidad. No es ajeno a la vida universitaria y un jueves, saliendo de clases al promediar las 8 p.m. se junta con unos amigos para ir a tomar unos tragos a un bar cercano.

Al promediar las 9 p.m. llega al bar acompañado de 3 amigos y sentados alrededor de una mesa redonda, ordenan rondas y rondas de chilcano, pisco sour y vino hasta casi la media noche, hora en la cual ya se encontraban a puertas de la ebriedad.

Al promediar las 11 p.m. recibe la llamada de su papá:
- Viejo, ¿qué tal? Estoy con unos amigos tomando unos tragos.
- ¿Estás bien?
- Sí, acá conversando un rato. Estoy en el Queirolo, ya en un toque más salgo.
- Ok, no demores y regresa con cuidado que tu mamá ya está molestando.

La llamada llegó a su fin. Matías pedía otra ronda de tragos y su padre, en casa, se quedaba preocupado porque algo le pudiera ocurrir a su hijo. Al promediar la 1 a.m. llegaba al bar su padre y lo buscaba con la mirada. Al verlo en una mesa con sus amigos, todos completamente ebrios, se acercó a ellos y cogiendo una silla de la mesa del costado, se sentó unió al grupo, mientras hacía un gesto pidiendo una ronda más de chilcanos para todos. Los muchachos lo saludaron, y su hijo, al comienzo sorprendido, ahora pedía un brindis por su viejo que todos secundaron al instante.

Con el pasar de los minutos, uno a uno, los amigos fueron abandonando el local para dirigirse a sus casas, pero Matías y su padre no parecían tener intención de irse, al menos no éste último. Dando sorbos de su trago, se dirigía a su hijo y le decía: "¿Así que te querías emborrachar? Ya pues, no te duermas todavía que voy a pedir un res".

Un res de Pisco era nada menos que una botella de pisco Queirolo, un Ginger Ale, unos cuantas rodajas de limón, hielo y jarabe. Al llegar el pedido, el padre se encargó de servir 2 vasos, acercando uno a su hijo. Ambos brindaron, conversaron un poco. Matías le contaba cómo le iba en la universidad, con su enamorada, de hecho, cómo le iba en general. Su padre hacía lo propio, pero para no aburrirlo, decidió contarle lo que era tener 18 años, las primeras novias, la universidad, los primeros pasos con el alcohol, las borracheras y sus respectivas resacas, hasta el haber conocido a su futura esposa, hoy madre de Matías, entre otras cosas propias de un adolescente.

El muchacho, que ya mostraba el semblante de un borracho vencido por el sueño y más de 5 horas ininterrumpidas de alcohol, no terminaba de creer que su viejo le hablara sobre cosas que nunca, ni de broma, se le habían ocurrido preguntarle. En medio de risas, su padre le respondía: "Ya te quiero ver mañana". A las 3 a.m. Matías y su padre, quien lo ayudaba a caminar, abandonaban el bar para tomar un taxi de regreso a casa, mientras balbuceaba cuánto lo quería.

Ha amanecido una nueva mañana de invierno, y contra todo lo que se pueda esperar, por las persianas se filtran tenues rayos de sol, que con el transcurrir de la mañana llegan a convertir el día en una tregua para el invierno. Este día soleado, sumado a los estragos de la noche anterior, dificultaban que Matías pudiera abandonar su cama y ponerse en pie. Sentado sobre la cama, y con las manos en el rostro, maldecía el haberse embriagado tanto la noche anterior, y a regañadientes lograba impulsarse para ponerse de pie y buscar con urgencia un vaso con agua. Al salir de su cuarto se dirige a la cocina. Al llegar, ve a sus padres conversando y desayunando, tomando café caliente, y, su padre, anticipándose a él, ya le tenía listo el vaso con agua. Matías, aún con mal semblante y enormes ojeras se dirige a él diciéndole: "Pá, no sabes lo que soñé ayer".