viernes, 21 de mayo de 2010

Todos bajo el mismo cielo

Alvaro forma parte de lo que comúnmente podría llamarse, la clase media alta limeña. Vive en San Miguel, en una zona agradable y segura. Estudia en una universidad privada, y por lo general, el último sábado de cada mes se juntaba a almorzar con un grupo de amigos en casa de uno de ellos, en La Molina, para jugar al póker y tomarse algunos tragos.

Un sábado que se supone se llevaría a cabo dicha reunión, por diversos motivos, sus amigos amigos no podían y, al ser casi un ritual, Alvaro no tenía ningún otro plan, por lo que se quedó en casa, aburrido, y prendió la PC para matar el tiempo. Como si su suerte fuese poco, no había nadie con quién hablar... hasta que se conectó un viejo amigo de colegio, que por motivos económicos se había mudado de barrio a una zona más humilde.

-Manolo, a los años.
-Habla, broder, ¿qué tal? ¿que planes pa´ más tarde?
-Nada pes, acá, aburrido.
-Oe, vente entonces, acá vemos qué hacemos.
-Puta, ya pes, te caigo en media

Habían pasado algunos años desde su última visita, pero la fachada de la casa no había cambiado, al menos no de una manera notable, según recordaba Alvaro. La puerta era la mima, estaba hecha con rejas pintadas de negro, con un grueso vidrio rasposo que causaba dolor en los nudillos al tocar, pues, lo que debía ser el timbre, era un agujero en la pared con uno que otro cable salido.

Manuel, o "Manolo", como lo conocían en su barrio, abrió la puerta. Vestía un bividí blanco algo percudido y una bermuda negra notablemente gastada, probablemente por las constantes lavadas. Alvaro, algo nervioso, lo saludó con el típico: "Habla oe, ¿qué tal?" Manolo lo invitó a pasar, y después de conversar un poco, Alvaro propuso ir a comprar unas cervezas. Manolo aceptó y fueron juntos a una tienda cercana a la comisaría.

-Seño, media cajita de chelas - pide Manolo
-Solo me queda Franca, 20 soles la media.
-Ya pes - asienta Manolo
-Francamente usura, tía- murmura Alvaro mientras colocaba un billete de 20 en el mostrador.

De vuelta en casa de Manolo, ambos se sientan sobre un viejo mueble cubierto por una sábana floreada y destapan la primera cerveza.

-Ah, qué rico, carajo - celebraba Manolo.

A pesar de ir por la cuarta cerveza, Alvaro seguía sintiéndose incómodo. Cada cierto tiempo, dirigía su mirada alrededor de la habitación como analizándola. El reloj marcaba las 4.15.m. cuando oyen que alguien toca la puerta. Al mirar hacia la puerta, logran ver a través del vidrio, dos siluetas de hombres. Eran dos amigos de barrio de Manolo, los cuales son invitados a pasar a la sala, y son presentados con Alvaro. Se llamaban Jonathan y Julio.

Manolo les contaba a sus amigos lo cague de risa y lo buen pata que era Alvaro en el colegio, ganándose así el respeto de los recién llegados. Como es lógico, Alvaro se sintió halagado, logrando así sentirse cómodo, dejando los nervios de lado y participando de la narración de anécdotas que contaba Manolo sobre las palomilladas y gileos que aplicaban con gran destreza sobre las chicas del colegio.

El respeto, y casi admiración que Jonathan y Julio empezaban a sentir por Alvaro, se acrecentó al saber que estudiaba en una univerdad particular y que, al tener la misma edad que ellos, ya estaba a un par de ciclos de terminar la carrera. La conversación parecía no llegar a su fin y los muchachos ya veían próximo el atardecer con dos cajas vacías de cerveza en la sala.

Jonathan y Julio empezaron a hablar de cosas que Alvaro no terminaba de entender.

-Pero acá ni cagando pes, si viene la vieja de Manolo nos caga.
-Entonces vamos a mi techo pe carajo, tanta huevada por un poco de humo, prendemos incienzo y no pasa nada.
-Ya ps, vamos, como quien ve el atardecer ¿no? - en medio de carcajadas cómplices.
-Oe Manolo, ¿vamos?

Manolo, mirando a Alvaro como esperando alguna reacción suya para formular su respuesta, es adelantado por él, quien se paraba de su asiento de a pocos, notablemente ebrio, al igual que los demás dirigiéndose a los demás "Vamos ¿no?"

En el camino a casa de Julio, compraron 4 cervezas más y subieron hasta el techo. Se metieron a un cuarto sin tarrajear, con un colchón tirado en el suelo y con ropa distribuida aleatoriamente por todo el lugar. Julio y Alvaro se sentaron sobre el catre, y frente a ellos, sobre polos y pantalones, se sentaron Jonathan y Manolo. Los papeles se habían inviertido, y ahora Alvaro parecía ser el confiado seguro, mientras Manolo estaba notablemente nervioso.

Julio cogió un jean que estaba tirado sobre el suelo, y del bolsillo sacó 2 rizlas marrones. Con sabor a chocolate todavía, pa los ansiosos - bromeaba, mientras Alvaro miraba expectante cada movimiento.

Manolo en un afán de ¿cuidar? a Alvaro le dice: "Oe, si no le entras, normal, no hay roches". "Tranquilo pes, tampoco vivo en un convento", respondía Alvaro. Jonathan y Julio reían burlones, y Manolo, tras escuchar la respuesta de Alvaro, estalló en risas y abrazándolo dijo a sus amigos: "Este es un conchasumadre, mi pata de años pues huevones, antes jodiamos a las flacas, ahora estamos jodidos por flacas, pero qué chucha, estamos acá ¿o no? con los patas, con unas chelas y con el vacilón ¿si o no?"

El sol prácticamente se había ocultado, y los 4 amigos se encontraban en un círculo, tomando cada uno, de pico, las cervezas que habían comprado antes de llegar, dando largas pitadas, liberando un humo blanco y penetrante en medio de risas y jadeos, prometiendo repetir aquella inolvidable reunión todos los últimos sábados de cada mes.