miércoles, 28 de julio de 2010

P.A. 54

En 13 años de colegio -como muchos de ustedes- yo también llegué a ver en mi libreta una nota escrita con lapicero rojo. El 2° de secundaria llegaba a su fin y yo había jalado un examen final pues no sabía nada de lo que se me preguntó. El profesor, muy buena persona, ofreció tomarme una recuperación, a la que nunca fui. Como producto de ésto, un rojo era obvio, un 10 lo mínimo que esperaba, pero... en ¿música? Pues sí, jalé con 10 el curso de música, en el que, por si fuera poco, enseñaban a tocar guitarra.

Siempre me ha gustado la música, y de hecho siempre me gustó la guitarra como instrumento. Sin embargo, jalé el curso, el examen consistía en hacer las 7 notas, en mayores y menores, y no las sabía. La recuperación se había programado para un sábado en la tarde, momento en el que el profesor ensayaba con el grupo folclórico del colegio, y como ya dije, tampoco fui.

Llegaron las vaciones de verano y aún no podía creer que me había dejado jalar en el curso de música, por lo que, por mis propios medios, aprendí a tocar, o al menos, eso intentaba. Chicharra, Betto y Daniel, entre otros, formaban parte del mencionado grupo, por lo que cuando nos juntábamos por las tardes, ensayaba con ellos algunas de las canciones que el profesor les había enseñado.

Esos 3 meses fueron largos, divertidos, útiles, pero también de escacez monetaria, pues, al ser chiquillos de 12 ó 13 años de vacaciones, no recibíamos mucho dinero de nuestros padres. Para tal problema, hicimos lo que mejor creíamos y todas las noches salíamos con nuestros instrumentos por las calles buscando algún lugar en el cual tocar, incluso llegando a la Alameda Chabuca Grande y al Jirón de la Unión, siendo cortésmente recibidos por los cascos azules. Aquella tarde fuimos acompañados por nuestro profesor, quien, al cabo de un par de horas, se fue por su cuenta. Al no querer perder lo que habíamos ganado, decidimos regresar a nuestras casas en un bus espacioso. Nos acomodamos en los asientos del fondo y regresamos tocando, y pagamos los pasajes con lo que, gentilmente, colaboraron los otros pasajeros.

El nuevo año comenzó e irónicamente terminé formando parte de la agrupación, a la que, en una presentación en el colegio, fuimos bautizados por el anfitrión como Proyecto Andino. El nombre nos pareció bueno y lo adoptamos como propio. El grupo duró un tiempo más y por salidas del colegio de algunos y término del mismo de otros, llegó a su fin.

Hoy, más de 5 años después, no sólo seguimos siendo amigos, sino también seguimos tocando, aunque optamos por otro género musical y por otros instrumentos. Los procesos cambiaron, ya no sólo aprendemos las notas y tiempos de otras canciones, sino que ahora también creamos propias.

De igual manera, aún cuando nos juntamos los 4, seguimos recordando a todos aquellos con los cuales alguna vez tocamos, tanto en Proyecto Andino, como en Utopía, y ahora en E54. Seguimos recordando anécdotas y situaciones y hasta, en algún momento, hemos prometido juntarnos una tarde, como antes, y volver a tocar esas viejas canciones sentados en una sala, con una vieja radio negra rectangular y grabarnos para después oírnos y reír como antes al hacerlo.

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