No todos los finales son felices, no tienen por qué serlo.
Sandra tiene 19 años, es una rulosa muy guapa de ojos marrones que vive con sus padres en un barrio de Lima y que lleva 2 años de enamorada con Javier. Su casa está ubicada muy cerca a un parque, al que todos los días van a jugar un grupo de mocosos. Joaquín es la cabeza de grupo de todos esos mocosos que no pasan los 15 años y que viven enamorados de Sandra y sus amigas.
Ella ya no era de salir a jugar voley pues esas épocas habían quedado atrás, con el término de la secundaria. Sin embargo, desde el momento en el que vio Joaquín, no dejó de asomarse por la ventana para ver a ese "chiquillo tan lindo". Por otro lado, él pasaba horas y horas en el parque con sus amigos, mirando de reojo, cada cierto tiempo, la ventana de Sandra.
El vivir en el mismo barrio y conocer a las mismas personas hizo casi inevitable el hecho de que una tarde se conocieran y no dejaran de hablar hasta muy entrada la noche. A esa edad es imposible no ser enamoradizo y tener problemas para elaborar frases sin bloquearse cuando esa persona te mira. Una sola frase, qué chucha, pero no te paltees ni te quedes callado porque se va a dar cuenta que te gusta , le decía uno de sus amigos.
Una noche de verano, Sandra hizo una pijamada en su casa con sus mejores amigas. Compraron algunas cervezas, se sentaron en el suelo formando un pequeño círculo e hicieron lo que todo grupo de mujeres hace en un pijamada: hablar de los chicos que les gustan. Sandra aceptó que estaba enamorada de Joaquín, y que si no fuese un "chiquillo de 14 años", probablemente estaría con él. Pero la historia era otra, ella es 5 años mayor y, más importante aún, está Javier, el clásico idiota que hace a todos preguntarse qué diablos hizo para estar con una chica como ella.
Al día siguiente, una de las amigas de Sandra no pudo más y le contó a Joaquín lo que Sandra había dicho en la pijamada. Él, con el corazón a mil por hora al enterarse de eso, no dejaba de sonreír ni de pensar en qué decirle a Sandra para demostrarle que no era un chiquillo, aunque, en su interior, sabía que lo era, pero qué importaba, no tenía que convecerse a sí mismo, sino a ella.
...Ese mismo día, por la tarde, mientras él perdía el tiempo con sus amigos, la vió hablando con Javier en la puerta de su casa, esperando paciente el momento para decirle que, si se decidía a tomar el riesgo, él podía ser lo que ella necesitaba. No podía dejar de mirarla mientras seguía hablando con sus amigos. De pronto ella empezó a llorar descontrolada y Javier, notablemente fuera de sí, se fue sin saber que no solo la dejaba, sino que la perdía para siempre. Ella se sentó sobre la vereda sin saber qué hacer. Joaquín sí sabía qué hacer, era el momento que había esperado desde el día en que la conoció.
Ella le contó que Javier se enteró lo que ella dijo del "chiquillo de mierda" la noche anterior y que, sin rodeos, le preguntó si sentía algo por él y que ella, al no poder negarlo, se quedó en silencio. Para variar, Joaquín no supo qué decir, sólo se limitó a escucharla llorar y a tratar de convencerla que todo estaría bien.
Javier nunca más volvió a buscarla, ni a aparecerse por el barrio. Se fue, tal vez fue lo mejor, de hecho, lo fue para Joaquín pues su relación con Sandra se hizo cada vez más y más unida, hasta llegar al punto de volverse enamorados un año más tarde. Él, con 15, apunto de terminar la secundaria, y ella, con 20, a punto de acabar su carrera, hicieron todo lo posible para mantener su relación. Y como en todas, hubieron altas y bajas, sobre todo si mientras tú piensas a qué universidad ir, tu enamorada ya está por graduarse. O si, mientras tú buscas un trabajo, tu enamorado aún pide permiso para llegar a casa a las 10 de la noche.
Hoy, 6 años más tarde, siguen juntos, más enamorados que nunca. Él está por terminar su carrera en Administración y ella acaba de entrar a trabajar a un reconocido estudio de abogados.
HEY, DESPIERTA!!
...Ese mismo día, por la tarde, mientras él perdía el tiempo con sus amigos, la vió hablando con Javier en la puerta de su casa, esperando paciente el momento (...) .De pronto ella empezó a llorar descontrolada y Javier, notablemente fuera de sí, se fue (...). Ella se sentó sobre la vereda sin saber qué hacer. Joaquín sí sabía qué hacer, era el momento que había esperado desde el día en que la conoció. -¿Qué pasó? Ella, entre lágrimas y frustración, le contó que estaba embarazada de Javier. Él no había tomado bien la noticia, de hecho, había terminado la relación pues no quería hacerse cargo de algo así.
Sandra ahora tenía otras cosas de qué preocuparse, y Joaquín, no podía hacerse cargo de algo así cuando apenas podía cuidarse a sí mismo. Tal vez ese fue el momento en el que lo que pudo ser, dejó de serlo.
¿No es sorpredente cómo tu destino puede cambiar de un momento a otro sin que siquiera lo esperes? o, peor aún, que esperes algo y que recibas algo completamente diferente? Sería perfecto poder escribir el final que queremos a cada una de nuestras historias, pero, así no funcionan las cosas.
Hoy, 6 años después, Joaquín aún sueña con ella de vez en cuando, sueña un final alternativo a su historia para pretender olvidar que desde ese día no volvió a saber más de ella pues sus padres la mandaron al extranjero.
Como dije, no todos los finales son felices, no tienen por qué serlo.