“Lima es una puta de mierda, juega con quien más le conviene.
Y él, para variar, normalmente no era el más conveniente” Lima - La Forma.
Es miércoles por la noche, y desde el interior de la casa se oyen gritos, insultos, balazos y sirenas policiales. Guille y Mario se abrazan y buscan la protección de su madre, quien intenta calmarlos diciéndoles que no se preocupen, que todo estará bien.
A la mañana siguiente muy temprano, camino al colegio, Guille y Mario notan en las esquinas y veredas de su calle vidrios rotos, gotas de sangre y un inconfundible olor a violencia, a desgracia y a muerte.
- Mami, ¿por qué hay gente mala? – preguntaba Guille mientras se acomodaba la mochila.
- Porque seguramente sus papás no estuvieron con ellos de chicos o porque si estuvieron no los supieron criar – respondía con tímida convicción.
Aquella conversación con su madre sería la que más recordaría en un futuro. Guille tiene 8 años, vive con Carmen, su madre y su pequeño hermano Mario, de 3 años. Su padre trabajaba en provincia y viajaba a Lima para verlos una o dos veces al mes y enviaba mensualmente una cantidad de dinero para el sustento de su familia.
Una tarde, su madre salió a recoger un giro enviado por su padre y dejó a Guille al cuidado de Mario. Entrada la noche, mientras ambos niños jugaban, llamó a la puerta un sujeto de unos 40 años, robusto y con semblante apático. Pero no fue ninguna de estas características la que llamó más la atención de Guille, sino el hecho de que este hombre estuviera uniformado.
Y él, para variar, normalmente no era el más conveniente” Lima - La Forma.
Es miércoles por la noche, y desde el interior de la casa se oyen gritos, insultos, balazos y sirenas policiales. Guille y Mario se abrazan y buscan la protección de su madre, quien intenta calmarlos diciéndoles que no se preocupen, que todo estará bien.
A la mañana siguiente muy temprano, camino al colegio, Guille y Mario notan en las esquinas y veredas de su calle vidrios rotos, gotas de sangre y un inconfundible olor a violencia, a desgracia y a muerte.
- Mami, ¿por qué hay gente mala? – preguntaba Guille mientras se acomodaba la mochila.
- Porque seguramente sus papás no estuvieron con ellos de chicos o porque si estuvieron no los supieron criar – respondía con tímida convicción.
Aquella conversación con su madre sería la que más recordaría en un futuro. Guille tiene 8 años, vive con Carmen, su madre y su pequeño hermano Mario, de 3 años. Su padre trabajaba en provincia y viajaba a Lima para verlos una o dos veces al mes y enviaba mensualmente una cantidad de dinero para el sustento de su familia.
Una tarde, su madre salió a recoger un giro enviado por su padre y dejó a Guille al cuidado de Mario. Entrada la noche, mientras ambos niños jugaban, llamó a la puerta un sujeto de unos 40 años, robusto y con semblante apático. Pero no fue ninguna de estas características la que llamó más la atención de Guille, sino el hecho de que este hombre estuviera uniformado.
Era policía, y pedía hablar con algún adulto, a lo cual Guille respondía que vivía sólo con su mamá y su hermanito. “Mi mamá salió y mi papá trabaja lejos y nunca está” – intentaba explicar el pequeño Mario. El policía intentó explicarles que su madre demoraría y que lo mejor era llevarlos a la comisaría hasta que pudieran contactarse con su padre.
Un grupo de pandilleros había querido robarle a Carmen el dinero del giro cobrado y al intentar resistirse, le dispararon dos veces, acabando con su vida, acabando con la infancia de sus hijos y acabando con la promesa que alguna vez le hizo a su esposo de estar siempre con ellos. Al día siguiente, el titular de un periódico resumía lo ocurrido: “En San Roque, las esquinas son habitaciones para la muerte y las viejas veredas la puerta de entrada hacia ella. Mujer identificada como Carmen Zevallos (39) muere a manos de pandilleros al intentar resistirse al robo de 300 soles que cargaba consigo”.
Desde entonces, aquella hasta entonces disfuncional familia, lo fue aún más. El padre de ambos renunció a su trabajo en provincia para poder viajar a Lima y cuidar de sus dos hijos, ver los trámites del entierro de su esposa y buscar un trabajo que lo ayude a seguir manteniendo a sus dos hijos. Las cosas no fueron fáciles, el dinero ahorrado era poco y se tuvo que gastar en el sepelio de Carmen. Sin embargo, desde entonces y en menos de un año sin trabajo aparente, el padre de ambos niños empezó a llevar una mejor calidad de vida a casa.
Guille nunca preguntó, nunca quiso hacerlo, por miedo a la verdad, o para no tener que mentir cuando se le preguntara, o simplemente tal vez porque la pasaba demasiado bien como para preocuparse por qué.
Una noche, mientras ambos niños jugaban esperando a que su padre regresara con la cena, llamó a la puerta una imagen conocida, un policía. No recordaban si era el mismo de un año atrás, no importaba si lo era, lo que importaba era por qué estaba ahí.
Nuevamente guiados a la comisaría, un capitán intentaba explicarles que su padre estaría, nuevamente, un tiempo fuera de la ciudad y que ambos serían llevados a un albergue. La verdad era otra, su padre había sido intervenido y reconocido como un micro contrabandista de drogas por lo cual se le abriría un proceso penal que seguramente lo enviaría a la cárcel unos años.
- Guille, ¿por qué hay gente mala? le preguntaba Mario mientras eran llevados al albergue.
- Porque si no hubiera, nos hubiésemos muerto de hambre – respondía Guille, con una mirada capaz de congelar el infierno.
Desde entonces, aquella hasta entonces disfuncional familia, lo fue aún más. El padre de ambos renunció a su trabajo en provincia para poder viajar a Lima y cuidar de sus dos hijos, ver los trámites del entierro de su esposa y buscar un trabajo que lo ayude a seguir manteniendo a sus dos hijos. Las cosas no fueron fáciles, el dinero ahorrado era poco y se tuvo que gastar en el sepelio de Carmen. Sin embargo, desde entonces y en menos de un año sin trabajo aparente, el padre de ambos niños empezó a llevar una mejor calidad de vida a casa.
Guille nunca preguntó, nunca quiso hacerlo, por miedo a la verdad, o para no tener que mentir cuando se le preguntara, o simplemente tal vez porque la pasaba demasiado bien como para preocuparse por qué.
Una noche, mientras ambos niños jugaban esperando a que su padre regresara con la cena, llamó a la puerta una imagen conocida, un policía. No recordaban si era el mismo de un año atrás, no importaba si lo era, lo que importaba era por qué estaba ahí.
Nuevamente guiados a la comisaría, un capitán intentaba explicarles que su padre estaría, nuevamente, un tiempo fuera de la ciudad y que ambos serían llevados a un albergue. La verdad era otra, su padre había sido intervenido y reconocido como un micro contrabandista de drogas por lo cual se le abriría un proceso penal que seguramente lo enviaría a la cárcel unos años.
- Guille, ¿por qué hay gente mala? le preguntaba Mario mientras eran llevados al albergue.
- Porque si no hubiera, nos hubiésemos muerto de hambre – respondía Guille, con una mirada capaz de congelar el infierno.